La campana de la Libertad en Philadelphia

Acaso como un agujero de gusano en el universo del arte, el inmenso esfuerzo de la Nueva Roma de la Gran Manzana se descubre entre picardías conceptuales como las de Koons llegando de otra dimensión y aterrizando en el siglo XXI. Una cinta de Moebius comparable a la que descripción de Eco en su periplo por los Museos norteamericanos, se replica como una constante en las exhibiciones artísticas y la memorabilia del norte.

Hablando del artista y millonario Jeff Koons, de mucho antes que su carrera financiera, y por añadidura antes de su periplo artístico, juzgo imposible que no haya absorbido de su infancia y juventud, varias experiencias, visitas escolares y familiares a la Philadelphia de la Independencia y no haya mantenido contactos múltiples con la Campana de la Libertad en sus años escolares y preuniversitarios que forjaron sus actitudes y aptitudes artísticas.

Luce ahora, aquel símbolo de la libertad estadounidense, en un pabellón gigante, creado solo para sostener un objeto industrial deteriorado, con ambición de crucifijo.
La imperiosa ( e impiadosa ) lógica americana de crear un acervo histórico en un árbol genealógico de profundas raíces recientes, es una viejísima invención del Imperio Romano – primero- y luego del cristianismo. Reproducción creyente o atea, continua y renovada como una de las viejas estrategias de la milenaria industria del turismo, utilizada por los italianos del hoy, como los describió sin desperdicio Pinti en su Salsa Criolla.

Los acontecimientos contados con una línea argumental sostenible son , por repetición, incorporados en la tradición oral de los pueblos y luego llevados a la academia, por escondidos pasadizos y alambicados ensayos que terminan legitimando argumentos de aproximación a una realidad exactamente indefinida. A falta de datos incontrastables , proliferan los argumentos coherentes y sostenibles por aproximación. La pandemia y los estudios de los sesgos en las ciencias nos enseñaron que esto pasa en todas las áreas del conocimiento, como no iba a ocurrir en el arte.

Tampoco puedo escaparme de mis subjetividades y sostengo, entonces, que la difícilmente exacta versión sobre la confección , reparación, reproducción y destino final de la Campana de la Libertad parece reseñar algunos puntos, indubitables, que han servido de sostén y base a un largo y liviano nudo argumental sobre la historia de más de 200 años que se suele, sobre ella y su hermana contar. Todo más cercano a la fe que a la historia documentada.

Un dato cierto contribuye fuertemente a la verosimilitud del todo.


Industria y arte

La Liberty Bell fue fabricada por la Fundición de Campanas Whitechapel de Londres, allá por 1752. Este producto de fundición y su reparación posterior alientan a recordar la lógica de Marcel Duchamp y su utilización de objetos sin valor , desechables o en desuso, que fue una gran fuente – permítaseme la licencia – de inspiración para Koons. Una iluminación cuidada, algo de color recién envejecido y otro contexto, dotan a cada objeto de un valor y un sentido diferente. Muy del estilo de otra de sus principales fuentes – esta vez , literal- : Andy Warhol .

Como ėl, abrió un taller con más de 20 artistas-asistentes con una forma de trabajo similar al de la célebre The Factory que frecuentaba nuestra entrañable pionera Marta Minujin. Su inclinación a perfeccionar la producción industrial, el detallismo de las terminaciones, el reemplazo de las materias primas y el brillo en sus obras, pueden seguirse también de un perfeccionamiento aprendido de los vaciados de Rodin y Botero.

Al potenciar las ideas de Duchamp, con la creatividad y el colorido de Warhol, sumando tecnología industrial de punta a los artesanales procedimientos desarrollados por el gran escultor francés y el colombiano , logra un producto de precios exorbitantes sostenidos por su poderoso automecenazgo, su furioso marketing y la habilidad de donar algunos logros para emplazarlos en localizaciones valorizadoras per se.

La entronización mítica de la Campana fabricada y reparada por la industria y su paso al nivel de deidad laica, parecen la aguja que se afirma sobre la bitácora de Koons rumbo a El Dorado.

Ni la pandemia , ni la inflación que la siguió, ni la guerra en Ucrania , ni todas las del siglo pasado, ni las de los anteriores, habían visto ninguna obra de ningún artista, de ninguna época, ni técnica, ni estilo, que en vida alcanzara un precio suficiente como para garantizar el sostén económico de sus descendientes y los descendientes de sus descendientes. Ni La Piedad, ni el David, ni La Gioconda, ni Las Meninas, o Las Dos Fridas. NI Guernica, ni El beso, o Los Mirasoles; ni La Ronda Nocturna o El grito. Ninguna ni nadie antes que Hirst o Koons, lo habían logrado. Y saco la White Flag, porque a esas alturas 20 millones de dólares ya no es nada. Me rindo.

No estaré para atestiguar si dentro de dos , tres o cuatro siglos se juntan multitudes para pasar frente a Mi Cuarto o para caminar por el Louvre , por la Galería degli Uffizi, subir las escaleras del MET o para mirar al techo de la Sixtina convocados por las intervenciones o nuevas obras de estos nuevos alquimistas. Hoy por hoy concita más acólitos un IPhone que el pecado original.

Tampoco sé que nuevo artilugio traerá la tecnología para un baño de inmersión en lo abstracto o en lo conceptual; o para palpar, cargar y oler las calas de Rivera. Seguimos en esta contemporaneidad insolente e indolente.
Solo sé que no sé nada.

La campana de la Libertad en Philadelphia

Acaso como un agujero de gusano en el universo del arte, el inmenso esfuerzo de la Nueva Roma de la Gran Manzana se descubre entre picardías conceptuales como las de Koons llegando de otra dimensión y aterrizando en el siglo XXI. Una cinta de Moebius comparable a la que descripción de Eco en su periplo por los Museos norteamericanos, se replica como una constante en las exhibiciones artísticas y la memorabilia del norte.

Hablando del artista y millonario Jeff Koons, de mucho antes que su carrera financiera, y por añadidura antes de su periplo artístico, juzgo imposible que no haya absorbido de su infancia y juventud, varias experiencias, visitas escolares y familiares a la Philadelphia de la Independencia y no haya mantenido contactos múltiples con la Campana de la Libertad en sus años escolares y preuniversitarios que forjaron sus actitudes y aptitudes artísticas.

Luce ahora, aquel símbolo de la libertad estadounidense, en un pabellón gigante, creado solo para sostener un objeto industrial deteriorado, con ambición de crucifijo.
La imperiosa ( e impiadosa ) lógica americana de crear un acervo histórico en un árbol genealógico de profundas raíces recientes, es una viejísima invención del Imperio Romano – primero- y luego del cristianismo. Reproducción creyente o atea, continua y renovada como una de las viejas estrategias de la milenaria industria del turismo, utilizada por los italianos del hoy, como los describió sin desperdicio Pinti en su Salsa Criolla.

Los acontecimientos contados con una línea argumental sostenible son , por repetición, incorporados en la tradición oral de los pueblos y luego llevados a la academia, por escondidos pasadizos y alambicados ensayos que terminan legitimando argumentos de aproximación a una realidad exactamente indefinida. A falta de datos incontrastables , proliferan los argumentos coherentes y sostenibles por aproximación. La pandemia y los estudios de los sesgos en las ciencias nos enseñaron que esto pasa en todas las áreas del conocimiento, como no iba a ocurrir en el arte.

Tampoco puedo escaparme de mis subjetividades y sostengo, entonces, que la difícilmente exacta versión sobre la confección , reparación, reproducción y destino final de la Campana de la Libertad parece reseñar algunos puntos, indubitables , que han servido de sostén y base a un largo y liviano nudo argumental sobre la historia de más de 200 años que se suele, sobre ella y su hermana contar. Todo más cercano a la fe que a la historia documentada.

Un dato cierto contribuye fuertemente a la verosimilitud del todo.


Industria y arte

La Liberty Bell fue fabricada por la Fundición de Campanas Whitechapel de Londres, allá por 1752. Este producto de fundición y su reparación posterior alientan a recordar la lógica de Marcel Duchamp y su utilización de objetos sin valor, desechables o en desuso, que fue una gran fuente – permítaseme la licencia – de inspiración para Koons. Una iluminación cuidada, algo de color recién envejecido y otro contexto, dotan a cada objeto de un valor y un sentido diferente. Muy del estilo de otra de sus principales fuentes – esta vez , literal- : Andy Warhol .

Como ėl, abrió un taller con más de 20 artistas-asistentes con una forma de trabajo similar al de la célebre The Factory que frecuentaba nuestra entrañable pionera Marta Minujin. Su inclinación a perfeccionar la producción industrial, el detallismo de las terminaciones, el reemplazo de las materias primas y el brillo en sus obras, pueden seguirse también de un perfeccionamiento aprendido de los vaciados de Rodin y Botero.

Al potenciar las ideas de Duchamp, con la creatividad y el colorido de Warhol, sumando tecnología industrial de punta a los artesanales procedimientos desarrollados por el gran escultor francés y el colombiano , logra un producto de precios exorbitantes sostenidos por su poderoso automecenazgo, su furioso marketing y la habilidad de donar algunos logros para emplazarlos en localizaciones valorizadoras per se.

La entronización mítica de la Campana fabricada y reparada por la industria y su paso al nivel de deidad laica, parecen la aguja que se afirma sobre la bitácora de Koons rumbo a El Dorado.

Ni la pandemia , ni la inflación que la siguió, ni la guerra en Ucrania , ni todas las del siglo pasado, ni las de los anteriores, habían visto ninguna obra de ningún artista, de ninguna época, ni técnica, ni estilo, que en vida alcanzara un precio suficiente como para garantizar el sostén económico de sus descendientes y los descendientes de sus descendientes. Ni La Piedad, ni el David, ni La Gioconda, ni Las Meninas, o Las Dos Fridas. NI Guernica, ni El beso, o Los Mirasoles; ni La Ronda Nocturna o El grito. Ninguna ni nadie antes que Hirst o Koons, lo habían logrado. Y saco la White Flag, porque a esas alturas 20 millones de dólares ya no es nada. Me rindo.

No estaré para atestiguar si dentro de dos , tres o cuatro siglos se juntan multitudes para pasar frente a Mi Cuarto o para caminar por el Louvre , por la Galería degli Uffizi, subir las escaleras del MET o para mirar al techo de la Sixtina convocados por las intervenciones o nuevas obras de estos nuevos alquimistas. Hoy por hoy concita más acólitos un IPhone que el pecado original.

Tampoco sé que nuevo artilugio traerá la tecnología para un baño de inmersión en lo abstracto o en lo conceptual; o para palpar, cargar y oler las calas de Rivera. Seguimos en esta contemporaneidad insolente e indolente.
Solo sé que no sé nada.