Music of Gothic Era: para evangelizarnos o reevangelizarnos
Nuestra común tendencia a la adjetivación aparece en muchas ocasiones como un fenómeno ligado a esa inclinación que tenemos por totemizar y crear ídolos como una forma de aferrarnos a aquellas personas o gestas que nos conmueven y nos identifican.
Casi un objetivo central de la publicidad moderna, ligar en el inconsciente un producto con la marca que lo identifica para superar los intentos de posicionamiento de la competencia, ha sido una práctica común desde el inicio de los tiempos.
Una gesta sanmartiniana, el cesarismo, un film feliniano o chaplinesco o una Coca Cola o Gilette producen el mismo efecto de sinonimia entre el sustantivo y el adjetivo o el género y la especie, hasta confundirlos en nuestra mente.
La música no escapa a este planteo, y en ocasiones cumbre, lo supera. Ni siquiera necesita recurrir a esa transformación, impone por estilo y tradición un registro nominal a una obra y sus secuelas. Todos sabemos qué nos vamos a encontrar si nos aprestamos a escuchar Bach, Verdi, Beethoven, Chopin o Mozart.
Pero hoy nos adentraremos en un complejo juego histórico, el que depara el Canto Gregoriano, llano, simple, monódico. Música sacra por excelencia, básica, de sonidos simples que juegan como telón de fondo de la palabra rítmica que dice la palabra del señor en el ámbito de los altares. Toma su nombre, sustantivo, adjetivo, género o especie, de la referencia y homenaje posterior que le brindan los compiladores del estilo a quien iniciara su imposición en la liturgia católica, el Papa Gregorio I. Un dato histórico relevante, época y tiempo lejano, una iglesia en organización y el sueño de la lengua universal.
Claro, confunde la referencia histórica pues lo gregoriano se nos hace eterno, atemporal. Gregorio XIII a fines del 1500 reordena el calendario y deja para sus exegetas el uso de su nombre como sinónimo, sustantivo, adjetivo, género o especie del tiempo en que vivimos. El tiempo gregoriano tiene pocas chances de reemplazo, es el fruto temprano de la evolución tecnológica.
El canto gregoriano es sustancia primera, ADN musical del barroco y de los coros de los “castrati”, un homenaje lingüístico al impulsor de la escuela coral papal (Schola Catorum). Gregorio I, El Magno, conduce la Iglesia a fines del siglo VI y principios del VII. Ugo Boncompagni, el hombre que ordenó nuestros días y reformuló nuestras agendas, lo honró reeligiendo su nombre para su máximo rol: fue el Papa Gregorio XIII. No imaginó que la dimensión de su obra, confundiría los homenajes. Testimonio de lo efímero.
Esta música nos aporta los matices o evolución que sufrió el inaugural Canto Gregoriano. Los primeros tracks reflejan las iniciales texturas polifónicas –organa-, que se desarrollaron en la segunda etapa de la era medieval, donde al canto llano se le agregan voces que con entonaciones melismáticas o neumáticas, son herramientas que nos predisponen a trasportarnos y ubicarnos en un estado de gracia en el que la palabra se introduce en nuestras mentes como un instrumento musical más. El logro del canto gregoriano reside en ese acceso sin permiso a nuestro subconsciente que lo acepta como un mensaje sobrehumano, nos trasladan a lo más elevado de la conciencia divina.
Sin perder ese estado de “nirvana” al que nos transporta esta obra, al avanzar en ella la liturgia se hace texto, la escuela de Notre Dame no se queda sólo con la composición de organa, produce los motetes, sin duda el género musical que en el Ars Nova posterior, fue el preferido de los compositores, y no sólo para la música sacra.
El derrotero de este género musical tiene un principio común, un desarrollo diferenciado y un fin único. Nace básico y eclesial, musicalización de la Santa Misa. Incluye variantes y se diferencia del espacio sacro para salir a los ambientes de música secular. Y vuelve al templo con la voz hecha instrumento, abandonando su formato de vehículo de la palabra divina para ser solo soporte, ambiente, predisposición a vestir el ámbito litúrgico para anunciar la lectura de la palabra escrita, usando sus acordes solo para acompañar el misal, o quizás para dar testimonio que la memoria musical del occidente cristiano ya está labrada en los genes de nuestro cerebro y su emisión nos conecta con los rituales de nuestros antepasados.
Music of Gothic Era: para evangelizarnos o reevangelizarnos
Nuestra común tendencia a la adjetivación aparece en muchas ocasiones como un fenómeno ligado a esa inclinación que tenemos por totemizar y crear ídolos como una forma de aferrarnos a aquellas personas o gestas que nos conmueven y nos identifican.
Casi un objetivo central de la publicidad moderna, ligar en el inconsciente un producto con la marca que lo identifica para superar los intentos de posicionamiento de la competencia, ha sido una práctica común desde el inicio de los tiempos.
Una gesta sanmartiniana, el cesarismo, un film feliniano o chaplinesco o una Coca Cola o Gilette producen el mismo efecto de sinonimia entre el sustantivo y el adjetivo o el género y la especie, hasta confundirlos en nuestra mente.
La música no escapa a este planteo, y en ocasiones cumbre, lo supera. Ni siquiera necesita recurrir a esa transformación, impone por estilo y tradición un registro nominal a una obra y sus secuelas. Todos sabemos qué nos vamos a encontrar si nos aprestamos a escuchar Bach, Verdi, Beethoven, Chopin o Mozart.
Pero hoy nos adentraremos en un complejo juego histórico, el que depara el Canto Gregoriano, llano, simple, monódico. Música sacra por excelencia, básica, de sonidos simples que juegan como telón de fondo de la palabra rítmica que dice la palabra del señor en el ámbito de los altares. Toma su nombre, sustantivo, adjetivo, género o especie, de la referencia y homenaje posterior que le brindan los compiladores del estilo a quien iniciara su imposición en la liturgia católica, el Papa Gregorio I. Un dato histórico relevante, época y tiempo lejano, una iglesia en organización y el sueño de la lengua universal.
Claro, confunde la referencia histórica pues lo gregoriano se nos hace eterno, atemporal. Gregorio XIII a fines del 1500 reordena el calendario y deja para sus exegetas el uso de su nombre como sinónimo, sustantivo, adjetivo, género o especie del tiempo en que vivimos. El tiempo gregoriano tiene pocas chances de reemplazo, es el fruto temprano de la evolución tecnológica.
El canto gregoriano es sustancia primera, ADN musical del barroco y de los coros de los “castrati”, un homenaje lingüístico al impulsor de la escuela coral papal (Schola Catorum). Gregorio I, El Magno, conduce la Iglesia a fines del siglo VI y principios del VII. Ugo Boncompagni, el hombre que ordenó nuestros días y reformuló nuestras agendas, lo honró reeligiendo su nombre para su máximo rol: fue el Papa Gregorio XIII. No imaginó que la dimensión de su obra, confundiría los homenajes. Testimonio de lo efímero.
Esta música nos aporta los matices o evolución que sufrió el inaugural Canto Gregoriano. Los primeros tracks reflejan las iniciales texturas polifónicas –organa-, que se desarrollaron en la segunda etapa de la era medieval, donde al canto llano se le agregan voces que con entonaciones melismáticas o neumáticas, son herramientas que nos predisponen a trasportarnos y ubicarnos en un estado de gracia en el que la palabra se introduce en nuestras mentes como un instrumento musical más. El logro del canto gregoriano reside en ese acceso sin permiso a nuestro subconsciente que lo acepta como un mensaje sobrehumano, nos trasladan a lo más elevado de la conciencia divina.
Sin perder ese estado de “nirvana” al que nos transporta esta obra, al avanzar en ella la liturgia se hace texto, la escuela de Notre Dame no se queda sólo con la composición de organa, produce los motetes, sin duda el género musical que en el Ars Nova posterior, fue el preferido de los compositores, y no sólo para la música sacra.
El derrotero de este género musical tiene un principio común, un desarrollo diferenciado y un fin único. Nace básico y eclesial, musicalización de la Santa Misa. Incluye variantes y se diferencia del espacio sacro para salir a los ambientes de música secular. Y vuelve al templo con la voz hecha instrumento, abandonando su formato de vehículo de la palabra divina para ser solo soporte, ambiente, predisposición a vestir el ámbito litúrgico para anunciar la lectura de la palabra escrita, usando sus acordes solo para acompañar el misal, o quizás para dar testimonio que la memoria musical del occidente cristiano ya está labrada en los genes de nuestro cerebro y su emisión nos conecta con los rituales de nuestros antepasados.